La Jungla de Cristal III: La Venganza

“El crimen es una plaga y yo soy el remedio.”
Cobra

sábado, 6 de noviembre de 2010



Llegué a mi casa tras un duro día de trabajo, de lucha en la calle y papeleos en la comisaría.
                Llamé a la puerta (sé que la gente no suele llamar a la puerta de su propia casa, yo tampoco lo hago nunca, pero es como si estuviera escrito, como si alguien guiara mi mano para hacer algo que no quería hacer), y Brenda mi hija, no contestó (eso casualmente me hizo sospechar, lo lógico habría sido pensar que mi hija estaba fuera con sus amigas, o que se había ido a casa de su madre. Pero para mí era una excusa para desenfundar el arma y no encontrarme con los malos desarmado). Abrí lentamente la puerta con la pistola ya en las manos y me adentré en la casa, al llegar al comedor un tipo se lanzó rodando por las escaleras al tiempo que disparaba un subfusil (su ráfaga debía llevar más de cien balas). Yo me lancé con un mortal detrás de la mesa al tiempo que la golpeaba para utilizarla como cobertura. Tras esperar allí casi un minuto e intercambiar disparos para que mi enemigo no se acercara (debí dispara unas ciento cincuenta balas), salí corriendo desde detrás de mi cobertura, directamente hacia él. Corrí tan rápido que sus balas no pudieron alcanzarme (…) Coloqué mi pistola en su sien y disparé.
                Comencé entonces al subir  las escaleras y justo cuando había llegado al primer recodo oí algo que rodaba hacia mis pies (obviamente era una granada) salté entonces hacia atrás al tiempo que la granada explotaba (el impacto me hirió como demostraban las manchas a tiznado de mi blanca camisa). Ahora sí estaba cabreado, arrojé mi pistola a un lado y saqué mi machete de supervivencia de su funda (en mi pie justo sobre mis calcetines rojos). Cogí carrerilla y subí las escaleras a la velocidad del rayo, llegando así al desván. Allí entre las sombras una figura sostenía a mi hija encañonándola con una pistola (por su puesto estaba atada y amordazada y sentí como si hubiese vivido esta escena más de cien veces).
                La figura me dijo:  -Prepárate a morir- Y comenzó a dispararme a la vez que salía de entre la penumbra utilizando a mi hija como escudo (así que hice lo único que podía hacer), yo lancé sin pensarlo mi machete acertando a mi enemigo entre ceja y ceja,  a la vez que le respondía: -Aun no ha llegado mi hora, capullo-. Y dejé que una tras otra las balas que había disparado atravesaran mi cuerpo (total sólo eran ocho, ¿qué riesgo podría correr?).
                Después me acerqué a mi hija y la liberé (hubo algo de dramatismo y lloriqueo), luego di la vuelta al cuerpo que yacía inerte en el suelo, y comprobé horrorizado cómo el tipo era en realidad González, mi compañero al que sólo le quedaba un día para jubilarse.

                Esto no es más que un día normal, en la vida de un poli normal, de una película de Hollywood normal.
                Bienvenido/a al mundo de Gran Héroe.

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